Un homenaje a lo in-homenajeable
"Homenaje al Soldado Chileno" en letras negras decía la placa, que era como de mármol blanco, cuadrada y adornada por cuatro asas color plateado -no me extrañaría que de verdad fueran de plata- que hacían parecer una loza de aquellas que cubren las tumbas en los cementerios (¿o sí era una loza, no un remedo?). A su lado el monumento en cuestión, en metal oscuro un niño soldado, unos catorce años, semi sentado -una rodilla en el suelo- sobre un tambor de esos de banda de guerra (una caja), una baqueta en su mano derecha y otra en el terciado. La mano izquierda sosteniendo un fusil, y un clarín o diana en la espalda. Habían más detalles, pero no sé bien cómo explicarlos porque lo que más me caló fue la cara del niño. De niño, ese es el punto.
Homenaje al soldado, homenajeando las guerras. Al soldado chileno, homenajeando las guerras chilenas, que a excepción de las luchas contra España han sido contra nuestros pares, vecinos, hermanos, latinoamericanos, indios igual que nosotros, sobre todo igual que nosotros. Al soldado niño, como si fuera un orgullo vivir una guerra a los quince años, un ejemplo a seguir. Homenaje posicionado horrorosamente en la entrada de un centro cultural, iniciando un centro cívico, como si no hubiera una mejor contradicción para ilustrar.
Hoy caminé un pedazo del centro de Santiago descubriendo y compartiendo muchas cosas de la mano de un experto en el tema, pero nos quedamos pegados en esa interrupción de la evolución nacional porque en realidad fue chocante. A veces, caminando hacia un sitio determinado y sin pensar en lo que ocurre en el por mientras, pasamos al lado de carteles, rayados, estatuas, personas, sin pensar en qué son, qué quieren decir, qué significan, por qué están ahí. Y se pueden descubrir cosas tan lindas como una estatua al señor fundador de la Asociación de Artesanos de Chile, y otras tan tristes como el niño soldado. Al menos sirven para despertar, para pensar un poco más en la ciudad y la historia que nos envuelve, y sobretodo para recargar las ganas de hacer las cosas mejores, de tener un mejor país.
Lugar a visitar-pensar: Paseo Cívico, a metros de donde antes estaba la (aún más) horrorosa llamita de la libertad (ja!).
Homenaje al soldado, homenajeando las guerras. Al soldado chileno, homenajeando las guerras chilenas, que a excepción de las luchas contra España han sido contra nuestros pares, vecinos, hermanos, latinoamericanos, indios igual que nosotros, sobre todo igual que nosotros. Al soldado niño, como si fuera un orgullo vivir una guerra a los quince años, un ejemplo a seguir. Homenaje posicionado horrorosamente en la entrada de un centro cultural, iniciando un centro cívico, como si no hubiera una mejor contradicción para ilustrar.
Hoy caminé un pedazo del centro de Santiago descubriendo y compartiendo muchas cosas de la mano de un experto en el tema, pero nos quedamos pegados en esa interrupción de la evolución nacional porque en realidad fue chocante. A veces, caminando hacia un sitio determinado y sin pensar en lo que ocurre en el por mientras, pasamos al lado de carteles, rayados, estatuas, personas, sin pensar en qué son, qué quieren decir, qué significan, por qué están ahí. Y se pueden descubrir cosas tan lindas como una estatua al señor fundador de la Asociación de Artesanos de Chile, y otras tan tristes como el niño soldado. Al menos sirven para despertar, para pensar un poco más en la ciudad y la historia que nos envuelve, y sobretodo para recargar las ganas de hacer las cosas mejores, de tener un mejor país.
Lugar a visitar-pensar: Paseo Cívico, a metros de donde antes estaba la (aún más) horrorosa llamita de la libertad (ja!).